En el cerebro del meditador
Las nuevas técnicas de
neuroimagen arrojan luz sobre los cambios
cerebrales que producen
las prácticas contemplativas.
Cuando la Sociedad de
Neurociencia
invitó a Tenzin Gyatso,
el decimocuarto
dalái lama (líder del
budismo tibetano), para
que pronunciara un
discurso en la reunión anual de 2005 en
Washington D.C., unos
cientos de los cerca de 35.000
miembros
que iban a asistir al
encuentro pidieron que se le anulara la
invitación. Pensaban que
un dirigente religioso no tenía lugar
en una reunión
científica. Sin embargo, el líder supo plantear
a la concurrencia una
pregunta provocativa y, en última
instancia, productiva:
«¿Qué relación podría haber entre el
budismo, una antigua
tradición filosófica y espiritual india, y
la ciencia moderna?».
El dalái lama, siguiendo
el lema «hechos, no palabras», ya
había tratado de
responder a esa pregunta. En los años
ochenta inició un debate
sobre ciencia y budismo que llevó a la
creación del Instituto de Mente y Vida,
dedicado al estudio de
la ciencia
contemplativa. En 2000, dio un nuevo enfoque a su
empeño. Puso en marcha
la subdisciplina de «neurociencia contemplativa»
al
proponer a los
científicos que estudiaran la
actividad cerebral de meditadores budistas
expertos
(con más de 10.000 horas
de práctica).
Durante casi quince
años, más de cien practicantes del
budismo monacales y
laicos, así como numerosos principiantes,
han participado
en los experimentos
científicos de la Universidad
de Wisconsin-Madison y
al menos otras 19 universidades más
.
El presente artículo, de
hecho, es el producto de una
colaboración entre dos
neurocientíficos y un monje budista que
inicialmente se formó
como biólogo celular.
La comparación de las
imágenes cerebrales de meditadores
expertos con las de
neófitos y no meditadores ha permitido
empezar a vislumbrar por
qué este conjunto de técnicas de
entrenamiento mental
puede proporcionar beneficios cognitivos
y emocionales. Los objetivos
de la meditación, de hecho, se
solapan con muchos de
los de la psicología clínica, la
psiquiatría, la medicina
preventiva y la educación.
Según indican cada vez
más datos, la meditación puede ser un
tratamiento
eficaz para la depresión
y el dolor crónico y, además, ayuda a
cultivar una sensación
de
bienestar general.
La meditación constituye
una actividad antigua que, de alguna manera,
forma parte de casi
todas las religiones del mundo. Su práctica, derivada de
varias ramas del
budismo, se ha abierto camino en el mundo secular durante
los últimos años como un modo de promover la
calma y el bienestar general.
Tres formas de
meditación comunes (atención focalizada, consciencia plena y
compasión) se practican
ahora en todas partes, desde hospitales hasta colegios;
cada vez más, se han ido sometiendo al
escrutinio científico en laboratorios de
todo el mundo.
La meditación produce
cambios fisiológicos en el cerebro, como en el volumen
tisular de determinadas
áreas. Quienes la practican también experimentan
efectos psicológicos
beneficiosos: reaccionan más rápido a los estímulos y son
menos propensos a sufrir
ciertas formas de estrés.
Mientras el autor
Matthieu Ricard medita, su actividad cerebral
es registrada en un encefalograma.
[JEFF MILLER,
UNIVERSIDAD DE WISCONSIN-MADISON]
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