Detenerse y observar, cerrados los ojos, lo que sucede dentro
de nosotros (la propia respiración, las sensaciones corporales,
el flujo incesante de pensamientos) y a nuestro alrededor
(sonidos, olores, etcétera). Simplemente observar.
Sin emitir juicio alguno, sin esperar ningún tipo de suceso,
sin rechazar nada que nos venga a la mente, pero sin aferrarse
a lo que está pasando. Eso es todo. Así de sencillo. Se trata de la
meditación de consciencia plena, mucho más eficaz de lo que
pueda parecer a mentes apresuradas y deseosas de «controlarse».

Consciencia plena es la calidad de consciencia que emerge
cuando concentramos la mente de forma deliberada en el
momento actual. Se dirige la atención a la experiencia que se
vive y se sufre, sin filtro alguno (se acepta tal como es),
sin formular juicio (bueno o malo, deseable o no), sin esperar
nada en concreto. Dentro de la consciencia plena pueden
distinguirse tres actitudes fundamentales.

Un nuevo estudio muestra cómo los efectos de la meditación 
se pueden observar incluso a nivel celular

Un nuevo estudio publicado , firmado por Linda Carlson del 
Tom Baker,en Alberta, Canadá, ha encontrado
 que algunos pacientes  que practicaron
 regularmente técnicas de reducción de estrés, 
incluyendo mindfulness y yoga, llegaron a cambiar físicamente
 sus células, a pesar de no estar recibiendo tratamiento.
El grupo estaba constituido por 88 pacientes con una media de 
edad de 55 años, 
que habían superado la enfermedad hacía más o menos un año, 
pero que aún sufrían diversos problemas emocionales derivados 
del largo proceso de la enfermedad . 
El total de participantes 
se separó al azar en tres grupos, y se les tomó una muestra de 
sangre antes y después de 
12 semanas que fue lo que duró el experimento.
Uno de los grupos fue designado para asistir 90 minutos a la 
semana a una clases de 
meditación mindfulness y Hatha Yoga, y además se les pidió que
 practicasen también en 
casa durante al menos 45 minutos todos los días. El segundo
 grupo acudía a una reunión 
semanal de 90 minutos donde hablaban sobre cómo se sentían.
 Finalmente, había un 
grupo control que acudió a una reunión de 6 horas sobre 
técnicas para sobrellevar el estrés.
El análisis de las muestras de sangre al finalizar las 12 semanas 
de estudio mostraron 
resultados llamativos en cuanto a la longitud de los telómeros
 de sus células. 
Los telómeros son la parte final de los cromosomas, y actúan 
como protectores 
de la integridad de nuestro ADN. En cada replicación celular se 
acortan un poco, por lo 
que son una medida del envejecimiento celular. Cuando los 
telómeros desaparecen, 
la célula empieza a perder parte del ADN, y finalmente muere.
Los dos grupos que tenían reuniones semanales en las que se 
practicaba meditación o se 
realizaba terapia de soporte a través de la expresión de 
sentimientos, mostraron unos 
telómeros de igual longitud a los que tenían al comenzar el 
estudio. Sin embargo, el grupo al que tan sólo se le dio una clase
 teórica de control de estrés, sí que mostró un acortamiento de los telómeros de sus células.
Es obvio que cuerpo y mente están profundamente conectados,
 pero es difícil demostrarlo. Estos resultados son un paso
 más, aunque aún queda mucho por hacer, porque realmente no 
sabemos cómo la meditación –o el deporte- llegan 
a evitar que se acorten los telómeros. En un paper publicado 
hace un tiempo, se vio que la meditación aumentaba la actividad
 de la telomerasa, que es el 
enzima encargado de reparar los telómeros. Quizá todo se 
reduzca a que una eliminación 
del estrés y las emociones negativas provoca que se reduzca la 
liberación de las hormonas implicadas en estos procesos, 
lo que al final lleva a una mayor activación —o evitación de la 
desactivación— de la telomerasa. Esperemos que nuevos 
estudios nos resuelvan estas interesantes cuestiones...